La visita

El cuarto olía a requesón y a miel. La tenue luz a duras penas franqueaba los barrotes de madera lacada de una cuna. En su interior, un niño se aferraba al sueño como si sólo el jugo de almohada pudiera proporcionárselo. Músculos de algodón y dentadura de cojín desafiando a un mundo de dragones que no duermen. Mientras, el chupete de nariz enrojecida lloraba sus cadenas, o quizá la condena de la indiferencia.

Desde el salón, una voz de terciopelo me devolvió a mi lugar: «cariño, el cuarto de baño es la otra puerta».

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